Poco dada a las entrevistas, pero aprovechando su arraigo -y el de su esposo Rafael Solís- por el espacio que conduzco en la TV (Pantalla Documental), me acerqué a Isabel Santos en lo que seguramente será el fortalecimiento de una amistad que trasciende a amigos comunes y aplausos merecidos.
Los fieles lectores de la Agencia Cubana de Noticias tienen de primera mano los razonamientos de una actriz que aprendió a ver también por el visor de una cámara por el simple hecho de responder a los llamados de su alma, frente a otros seres humanos que precisan de un lugar en la cinematografía documental.
Lea también: Rumbatá: un documental necesario
-- Rumbatá, tu más reciente documental, está nominado en la presente edición de Cubadisco en la categoría de documental musical. ¿Otro pretexto para volver a Camagüey?
"Yo llegué a Camagüey soñando con otro proyecto. Este documental lo hice por el Icaic, gracias a la ayuda de la Oficina del Historiador (OH) de ese territorio, con José Rodríguez, su Director General. Siempre me ha apoyado muchísimo. Él fue quien me buscó a Wilmer Ferrán, director de Rumbatá. Anteriormente ya había hecho Gloria City.
"Mira, no es que yo haga documentales por decir “uno más”, lo que sé que soy es actriz y con muchos años de experiencia. Algo se te tiene que pegar. No es que yo haya pasado una escuela de dirección ni nada de eso. Odio el intrusismo, pero como no sé hacer cosas por encargo, me tengo que enamorar mucho. No puedo hacer algo que no me mueva.
"Había visto a Wilmer varias veces en la televisión y me dije “esto no es por gusto”. Cuando llegué a Camagüey le dije a Joseíto: “Búscame a Wilmer Ferrán”.
Estuvimos toda una tarde hablando. Él me hizo un cuéntame tu vida; por supuesto los dos estábamos muy cortados, porque imagínate empezar a contarle toda tu historia a una desconocida. Me había visto en pantalla, pero quiero decir, no éramos amigos.
"A partir de ahí hubo como un clic, y empecé todo el trabajo de investigación. Pero lo que más me interesaba era el ser humano. De la rumba, Julio García Espinosa hizo un excelente documental. Y mucha gente ha hecho otras cosas. A mí me interesaba cómo llegó la rumba a una ciudad como el Camagüey. Siempre se ha dicho, aunque algunos lo desmienten, que los camagüeyanos son muy racistas. Entonces yo me dije, ¿tendrá o no tendrá público?. Este grupo llegó a la televisión nacional, con disco publicado incluso".
- ¿Cómo son esos planteamientos o, digamos, la tesis, desde una mirada antropológica, o meramente discursiva?
"Cada uno cumplió un rol dentro del documental. Por ejemplo, Reinaldo Echemendía Estrada, el director del Ballet Folklórico de la ciudad, es otra persona a la que tengo mucho que agradecer y que también está dentro del documental. Me interesé, más que todo, por esos hombres que se han sacrificado, muchas veces sin salario, procurándose el vestuario o una guagua que casi es como su casa –a propósito, la guagua se llama “Caramelo”-. La parte donde se cuenta eso es la más simpática. Pero, en la vida real, en provincia se pasa mucho trabajo para llegar, para ser mediático. Y todo eso, en un grupo de rumba.
'Empecé a meterme en los conciertos de Rumbatá, en los bembés, los toques, y a escuchar mucho a cada uno. Ahora somos grandes amigos, y no me arrepentiré nunca de ese documental. Es muy difícil hacer un material de este tipo, y más, musical. Pero descubriéndolos me di cuenta de que había un grito de “¡Mírenme, por favor! ¡Volteen la cabeza hacia acá!”.
"El artista tiene que tener un lugar donde ensayar, donde estar, no puede ser un paria. Yo creo que Rumbatá se merece muchas cosas. Y el documental es un llamado para muchos grupos de este tipo del país que lo pasan igual. Pienso que, si la Unesco declara a la rumba Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, tú tienes que también favorecer a esa gente.
"La tesis, si se quiere llamar así, pudiera ser el llamado de atención a un fenómeno que sucede en todas las agrupaciones de este tipo en todo el país. También quise darles el lugar que se merecen visualmente, que se conozca su música. El mundo necesita saber que no sólo existen las grandes orquestas cubanas. La pandemia vino a tronchar muchas presentaciones que tenía el documental, por ejemplo, en el Festival de Nueva York".
-- Cinematográficamente hablando, ¿cómo construiste el documental, lo condicionaste en función de la idea o guión?
"Sí, la investigación me llevó al guion. Yo sabía lo que quería registrar, los planos que me interesaban, a quién se entrevistaba, quién no tenía temor frente a las cámaras. Fui antes a conocerlos a todos. Participé en un Festival que tienen en Camagüey, que se llama Rumbatéate, y allí grabé lo que sería una parte de la producción.
“También quise presentar una ciudad que ha sido rescatada por la OH; una urbe que me sirvió de escenario. Yo tenía claro que no quería aquello de que la rumba tiene que ser de solar. Por eso filmé en lugares que forman parte de su entorno, además de ser una localidad hermosísima. Nos fuimos a las cárceles donde dan talleres y clases sobre rumba. A su vez filmamos en Florida, ya que mucha gente es de allí. Fíjate, cada uno de ellos da para un documental. Wilmer, solo, da un documental. Así que opté por algo coral".
-- ¿Tienes algún apego por el mundo espiritual y mágico-religioso?
"Dice mi madre que yo soy de las mujeres que cree cuando truena. Tengo un desconocimiento muy grande. Ahora, si yo quiero pedirle a la Caridad del Cobre, pongo cinco girasoles y una vela, o voy a la iglesia y me arrodillo, o no voy, en fin. Me interesaban las personas no su creencia. Te digo, no todos ellos son santeros. Que estés en la rumba no significa que practiques la religión. Fíjate, la mayoría de ellos no tienen ni santo hecho.
"Pero sí quería los cantos. Grabamos un bembé, luego de los permisos religiosos que ello lleva. Lo hicimos con todo el respeto, con el tiempo que lleva el cine. Es un mundo apasionante, y visualmente muy interesante. A mí el sonido de los tambores batá me apasiona.
"Allí había gente que no pertenece a Rumbatá. Nos fijamos, visitando las presentaciones, que muchos eran asiduos. Y los filmamos también. Era una manera de darles las gracias, porque ellos de alguna manera son protagonistas como público. Ningún plano está por gusto. Fue muy divertido, aunque para mí no tanto, porque estuve todo ese tiempo con un yeso en un pie cojeando por todo Camagüey".
-- ¿Qué siente Isabel Santos en la premier de sus documentales? En este caso, la acontecida en La Habana en el Cine 23 y 12, en octubre de 2019; y luego en la Plaza de los Trabajadores, de los dominios agramontinos.
"Me sucede como con mis películas como actriz. Es un momento de felicidad, pero donde yo quisiera salir corriendo. Me empiezo como a resbalar en el asiento. Cuando voy casi llegando al piso mi marido es el que me hala. Yo creo que es por el miedo a lo que va a pasar. Desde que me gradué yo no hago teatro. Quiere decir que ese es mi aplauso. Yo trabajo para ese día. Y ese aplauso me tiene que durar hasta la próxima película. Es lo que me llena para volver a empezar.
"¿Pero tú sabes qué es lo que me llena, ya en el caso de la Isabel directora? Verles las caras a los protagonistas. Cuando se están viendo en pantalla, cuando se ríen o lloran con lo que ellos mismos dijeron. Son como niños. Entonces los veo como me veo yo cuando estoy actuando. Es una cosa tremenda".
-- Compites en Cubadisco frente a la entrañable Liuba María Hevia, además de otros realizadores. ¿Es verdad que tú no eres una mujer apegada a los premios?
"Yo he ido perdiendo cosas en mi vida. Recuerdo que mi hijo cuando era pequeño jugaba con mis premios. Algunos los he regalado. Te cuento una anécdota.
Cuando hice Barrio Cuba, el protagonista era Felito Lahera. Él estaba muy entusiasmado por ganar un Coral. Yo he obtenido dos, uno por Clandestinos y otro por una serie que se llamó La Botija. Al final, lo vi tan deprimido, que muy tarde en la noche agarré el Coral de La Botija y me aparecí en su casa. Cogí un plumón negro y le puse “Este es tu coral. No llores más, yo te regalo un Coral, toma”. Y le di mi premio.
"Mi hijo otros los descabezó. Otros se fueron rompiendo en mis mudanzas. Un día dije, esto hay que ponerlo bien alto, y en el baño de visita de mi casa hay un tablón, y allí arriba están todos. Los premios… no es que no crea en los jurados. A veces te encuentras algunos que son serios, pero otras no lo son tanto. Yo también he sido jurado. Lo lindo y lo ideal es que gane la mejor obra.
"Imagínate, competir contra Liuba. Ella es una familia para mí. Y, además, Teresita Fernández se merece un monumento en esta ciudad. Nos dejó un legado muy grande y Liuba le hizo un homenaje. Yo no lo veo como una competencia, porque fíjate, si el documental ganara algún premio, ese premio es para ellos. Solamente el hecho de participar y que un jurado lo vea, y que los músicos lo puedan ver, para mí, es un camino".
-- ¿Y si fueras parte de este jurado Cubadisco, te gustaría que ganara el de Liuba?
"Sí. Porque por Liuba María Hevia y Ada Elba Pérez yo conocí a Teresita. Hay planos que Liuba guardó y que fueron grabados por Rafael Solís, mi marido. Recuerdo que fuimos una tarde hasta el Cristo a filmarla. Son cosas entrañables. Ada, que era mi amiga, en el momento en que tuvo ese accidente que truncó su vida, le estaba escribiendo un libro. Yo creo que falta por hacerle muchas cosas a Teresita".
Le puede interesar: Isabel Santos, reina del Festival del Cine