Calendario

¿Qué nos dirán los personajes en la tercera temporada de la serie cubana Calendario? ¿Surgirán problemáticas en contextos diferentes donde los jóvenes y las familias tendrán ante sí nuevos desafíos? Estas, entre otras interrogantes, despertaron previamente motivaciones de los públicos cautivados por las emisiones anteriores de una puesta ficcional indagatoria en el ser y el quehacer de la sociedad cubana.

Sin dilación la propia apertura del relato colocó en la mira incógnitas, desazones, imprevistos. ¿Es posible elegir el camino “correcto” durante el tránsito por la vida que sorprende cada día? ¿Son suficientes las palabras cuando disímiles laberintos en el acontecer diario plantean riesgos, silencios, pérdidas y sinsabores?  

Sí, de manera paulatina surgieron disímiles preguntas en hogares, centros estudiantiles e instituciones. Las aproximaciones a lo cotidiano siempre cambiante exigía ubicar fuerzas en pugna y división de los personajes-tipos en bandos y tendencias. Pero esto no se improvisa. El diseño dramatúrgico del guionista Amilcar Salatti y la dirección general de Magda González Grau propusieron socializar asuntos duros, difíciles, complejos desde razones lógicas del pensamiento sin obviar las necesarias implicaciones del alma en un gesto participativo, cuestionador.

Analicemos, desde un juicio crítico, los sentidos del pecado que nunca encuentra el perdón, como la pedofilia, la urgencia de la emigración, los lacerantes prejuicios homofóbicos, las violencias exacerbadas, el arrepentimiento, las ausencias, el concepto de la religiosidad y la necesidad del amor. Ese conglomerado alertó: agucemos el ver, el comprender, el interpretar.

Nunca abandonó Calendario la trama central de la escuela y el desempeño de las maestras Amalia (Clarita García) y Martha (Mayra Mazorra). Este acierto permitió el desarrollo de puntos de vista en acciones subordinadas –por lo general mal llamadas subtramas– donde lideraron conflictos, fuerzas en contradicción generadoras de acciones dramáticas en pos de visiones más cercanas a la verdadera condición humana.

La necesidad del diálogo y la urgencia de la confrontación enaltecen al ser humano en cualquier lugar del planeta, propician consensuar, disentir o acordar. 

El hecho de repasar lo visto y lo interiorizado incita a meditar sobre las relaciones entre padres e hijos, la incomprensión de determinadas orientaciones sexuales, la discrepancia entre maneras de ver la vida, los desafíos que impone tratar, comprender, formar a jóvenes y adolescentes.

Jóvenes y adolescentes tendrán otras primaveras y otros regresos.

Unas, otras problemáticas tienen amplias connotaciones sociales y duraderas en la conciencia. No obstante, la amplitud del túnel, de verlo todo, implicó la ausencia de meditaciones necesarias sobre la pedofilia y la religiosidad. Ambos asuntos merecían hurgar, repensar actitudes, soluciones dramatúrgicas y de puesta en pantalla, pues quien perdió el gesto ilustrativo denotador del pedófilo, quizás apenas comprendió el cambio de actitud en el estado de conciencia del hasta ese momento inmutable religioso. Predicar también es convencer. Todo es perfectible, las búsquedas motivan reflexiones: cómo comunicar los mundos simbólicos, la interioridad inmanente de contradicciones apenas vistas en cinematografías y audiovisuales.

Ese reconocer emociones y sensibilidades fue recreado artísticamente por Juan Antonio Leyva y Magda Rosa Galbán en músicas originales ilustrativas de visualidades, conflictos internos y externos. Ambos creativos tienen el preciado don de elegir el instrumento preciso, el género musical, el tempo, el silencio, las atmósferas para decir con una poética particular y emociones contenidas en el arte de contar historias.

¿¡Quién puede olvidar a Juliana, Orestes, Cecilia, Sofía, Natalia o Vanesa? Más de un personaje generó afinidades y rechazos en espectadores de diferentes edades. De ningún modo podía ser de otra manera, pues cada uno construyó y defendió su fantasía, su moral. Ocurre a diario, quizás sin que seamos conscientes de una mezcla inusitada de melodramas y tragedias en la existencia.

Ninguna ficción agota el tratamiento de conflictos que merecen tener seguimiento en el audiovisual.

Calendario incita trascender la mirada impresionista. Precisamos del análisis, de la argumentación para comprender el todo, las partes de escenas, bocadillos, interpretaciones. Primeros actores y primeras actrices, y jóvenes intérpretes, interiorizaron la construcción de lo real que antes exigió investigaciones en profundidad para definir la ruta a seguir. Lo demás surgió del intelecto, de las vivencias y lo propositivo del equipo creativo. Sus integrantes fueron conscientes de una cuestión esencial: los aprendizajes nunca terminan. Por esto es oportuno continuar pensando el concepto fotográfico desde la intencionalidad psicológica. Trasladar mensajes, códigos, señales, vidas ficcionales auténticas al medio televisual requiere defender la ilusión de verdad, aunque lo descrito o imaginado nunca haya ocurrido, pero puede suceder, esta posibilidad alerta, hay que escucharla. Nunca fue perezoso el discurso de Calendario, su densidad patentizó una certeza demostrada, es imposible pedirle al arte visiones de la realidad que posea el equilibrio del tratado sociológico.

Pueden ser las series cubanas más sugestivas, acudir a la vuelta de tuerca apenas imaginada. Nunca intentar en el capítulo final cerrar brechas, acercar luces, borrar sombras. La agudeza de entrever tiene su eco en causas sociales. Ya me dijiste sobre Orestes, Vanesa. También me contaste la valentía de Amalia, el error de Marta. La intuición artística no sistematiza. Quedan latentes en los públicos, la solidaridad, la mano extendida a tiempo, el derecho a la duda si no “aparecen” salidas en determinados vericuetos. Los conflictos son santas palabras, ayudan a desafiar barreras y vencer obstáculos, tienen cargas motrices, presentan las acciones a través de las evoluciones de las crisis. Ayudan en el crecimiento espiritual y desde las narrativas permiten conocer a personas extraordinarias. Nunca lo olvidemos, los personajes son códigos audiovisuales si mantienen un diálogo con sus interlocutores. Es preciso cultivarlo desde el arte retador, preguntón, sí, hasta la saciedad, como debe ser.