Las construcciones de género tienen un impacto diferenciado en las relaciones sociofamiliares para mujeres y hombres. Para las primeras, los roles tradicionales las confinan a las labores domésticas, el cuidado de niños, adultos mayores y la atención de sus maridos. Mientras, los varones cargan sobre sus hombros las decisiones de trascendencia y la consagrada tarea de mantener económicamente.
El patriarcado tiene fuerte arraigo desde el propio núcleo familiar y otorga, dentro de quienes componen este ámbito, especial privilegio a los hombres. La situación gana en rigidez por la invisibilidad de modelos alternativos de familias y de dinámicas intrafamiliares sustentables.
Legislativamente hablando, Cuba intenta cambiar esa realidad. El pasado septiembre fue publicada la versión 22 del anteproyecto del nuevo Código de las Familias, para su análisis y posterior aprobación por cubanas y cubanos. El documento no intenta imponer dinámicas en el hogar ni nuevos tipos de familias, sino reconocer aquellas existentes y generar relaciones de convivencia respetuosas dentro de ellas y hacia las otras.
La norma jurídica tiene ante sí el desafiante encargo de remover mentalidades conservadoras y prácticas machistas. A partir de diversos títulos, son validadas responsabilidades, deberes y actitudes en los varones que significan romper con posturas retrógradas de cómo participar en este espacio.
Pero estos propósitos suponen un ataque contra el modelo heteronormativo tradicional de la familia y contra la hegemonía acostumbrada de los hombres como “pater familia”.
Derechos, género y masculinidades: ¿un debate nuevo?
No es insólito el debate suscitado por el documento en cuestión. Existen numerosos desencuentros marcados por diferentes sectores sobre contenidos, alcance, así como la modalidad de su aprobación.
Hablar sobre la familia como institución donde todas las personas guardan relación deviene en numerosas opiniones de cómo actuar conforme a ella. Sumado a eso, el empeño del anteproyecto en representar – en igual condición y amparo- los diversos modelos familiares con respecto a la preconcebida, supone al menos resistencia. Ello explica la amplia gama de reacciones ante asuntos hasta ahora considerados inamovibles.
Las legislaciones que suponen un cambio de prácticas enraizadas en la cotidianidad suelen ser sujeto de encarnizadas discusiones. Este escenario rememora etapas pasadas donde las leyes avizoraban cambios en el entramado de las relaciones sociales y de género en específico. Particularmente los hombres, en su mayoría, han reaccionado a estos cambios como una disputa por sus parcelas de poder.
Hacia 1918 con la aprobación del divorcio en Cuba, una ola de críticas y desencuentros tuvieron lugar en varios escenarios. Careos políticos, debates entre organizaciones y artículos de prensa fueron algunas de las repercusiones de esta ley. El conflicto se manejaba como una pérdida de autoridad y control de los hombres sobre sus esposas.
Nuevamente las confrontaciones en lo jurídico se evidenciaron a principio de los años 30, alrededor del sufragio femenino en el país. En aquel entonces, el temor de incluir a las mujeres en la vida política y darles el voto en la toma de decisiones fue expresado bajo diversos criterios misóginos. Opinaban que ellas desconocían tanto el ejercicio como su importancia o seguirían fielmente el criterio de sus maridos.
Más cercano en el tiempo, la aprobación en 1975 del Código de la Familia vigente trajo consigo el cuestionamiento de muchos hombres a contenidos particulares del mismo. La ampliación de responsabilidades, la cooperación en las tareas domésticas o las exigencias de tipo afectivas con hijos e hijas fueron aspectos que evidenciaron la buena salud del machismo cubano.
Hoy el seno familiar vuelve a ser ese espacio en disputa. En él se ha retroalimentado periódicamente el desequilibrio de poder y la autoridad de los hombres. Por lo cual, el presente debate sobre el – hasta ahora- Anteproyecto del Código de las Familias no tiene menos decibeles.
Tantos hombres como formas de familias
Los hombres suelen sentir presión por conformar el retrato familiar preestablecido del “hombre-esposa-hijos”. Les añaden exigencias sobre la organización, el tiempo y las condiciones para elaborarlo. Los preceptos culturales sobre el deber masculino han estrechado las posibilidades de constituir espacios familiares fuera de ese esquema acostumbrado.
La familia monoparental, homoparental, ensamblada, extendida, nuclear o transnacional son algunas de las múltiples composiciones del hogar. En dichas variantes, muchos varones están integrados por decisión o por haber nacido dentro de ese espacio. No son pocos los casos de modelos no tradicionales que son objeto de discriminaciones y sesgos por verse aparejados a situaciones de orientación sexual diversa de algún integrante o la posible ausencia de uno de los progenitores.
Persiste una mirada más preocupada de la estructura familiar del domicilio que de las relaciones establecidas en su interior. Sin embargo, aspectos medulares de la convivencia o prácticas insanas – como el irrespeto y la desprotección- llegan a ser menos señalados.
Desde un manejo plural del término “familia”, el anteproyecto apuesta por un reflejo más amplio del hogar cubano. Las disímiles maneras de organización hallan su derecho a reconocimiento de forma paralela o equitativa a la familia matrimonial tradicional, sin ser reguladas a partir del canon heteronormativo paradigmático.
Este mosaico posibilita también legitimar diferentes modelos de masculinidad en torno a los varones y sus relaciones con sus respectivos espacios familiares. Ello puede contribuir al desarrollo de actitudes más colaborativas y respetuosas de los hombres dentro de sus dinámicas de convivencia.
¿… padre es cualquiera?
Muchos de los postulados establecidos en el anteproyecto refieren la atención y cuidados plenos que merecen hijos e hijas. En materia de relaciones materno y paterno filiales ocurre una importante variación en la nomenclatura sobre el reconocimiento de derechos de los padres sobre descendientes menores de edad.
El artículo 143 destaca la sustitución del término “patria potestad” por “responsabilidad parental”, no solo desde el sentido nominal, sino a través de cambios en materia cultural sobre la participación en la crianza de los infantes.
Especialmente los varones, se hallan ahora convocados a la educación de sus sucesores desde la corresponsabilidad. La expresión tiene un significado consustancial con la paternidad responsable.
La corresponsabilidad exige la creación de estrategias para integrar a los padres activamente en los momentos de estudio, juegos y el desarrollo en general de sus hijos e hijas. Rompe con distanciamiento frente a determinados deberes, con la comunicación esporádica o la exclusiva tarea de manutención económica.
La concientización de este deber, apartado de estereotipos machistas, puede ser traducida en una relación ganar-ganar. Por un lado, proliferan ambientes familiares más sanos y vínculos emocionales confiables. Por otro, deconstruyen esa postura hegemónica de la masculinidad no dialogante o que no dedica tiempo al disfrute de ellos.
Sin embargo, llaman la atención algunos comentarios conservadores con respecto a las nuevas denominaciones. El poder del “hombre de la casa” está en juego con estos términos; es el aspecto al que apuntan algunos criterios.
Con la lectura en profundidad del artículo 286, es posible analizar que en nada disminuye la responsabilidad o la autoridad, sino su ejercicio de manera diferente. La educación y guía de los niños, niñas y adolescentes no puede aplicarse desde el poder, la imposición, el miedo o el golpe. El llamado es a practicar esa autoridad a través de la comprensión, fortalecer el liderazgo por las vías del amor y el diálogo.
Sin dudas, esta mirada más democrática en el ejercicio de la responsabilidad parental apunta a la acentuación de un modelo afectivo y sensible de lo que significa ser padre. Proyecta una imagen alternativa, ajena a símbolos de poder y autoridad rígidos. Promueve una mirada de la figura paterna como seres queridos imprescindibles para dialogar y sentir apoyo.
No es un código para violentos
Varios expertos implicados en la construcción del texto legislativo han destacado la ponderación de los afectos alrededor de la amplia ecuación de situaciones del tejido familiar.
Un aspecto resaltante en el anteproyecto es la transversalización del contenido del mismo por la no violencia. El título III del documento se refiere específicamente a la temática de la violencia familiar, a sus manifestaciones, su alcance, así como las disposiciones dirigidas para la atención de estos casos. El hecho de tipificar sus variantes dentro del espacio familiar, permite rediseñar el criterio común sobre este fenómeno, asentado en la agresión física como única forma.
La transmisión generacional de este tipo de prácticas ha propiciado la normalización de conductas agresivas y la contribución a la llamada “cultura de la violencia”. Muchas veces se expone que situaciones de violencia intrafamiliar tienen sus causas en la infidelidad, el alcoholismo o el irrespeto a los padres, sin ser analizadas como detonantes. La génesis debe considerarse en el desequilibrio de poder, en el recurso del maltrato físico y emocional como instrumento válido para imponer criterios y voluntades, en las formas de socialización de mujeres y hombres a la sombra de esa cultura de la violencia.
Dentro de la filiación, el artículo 295 en particular, señala como métodos inapropiados de disciplina hacia hijas e hijos el castigo corporal, la humillación, o hechos que lesionen y menoscaben su desarrollo físico y psicológico.
La anulación de la corrección física y el maltrato, supone un importante avance en materia de derechos de niñas y niños, para el ejercicio de una vida libre de ambientes violentos. Por igual, llama la atención respecto a la herencia de métodos de castigo, donde lejos de educar y generar respeto, afectan las capacidades cognitivas y emocionales de los infantes.
La masculinidad en su versión hegemónica carece de herramientas comunicativas para expresar emociones y opiniones, con consecuencias en los diferentes espacios donde interviene. La ausencia de diálogo y auto-análisis deja desprovisto a muchos hombres para lidiar con diversas situaciones, lo que les obliga a recurrir a formas no pacíficas ni prudentes para enfrentarlas.
El incremento de los índices de violencia en el hogar guarda relación con la configuración de las masculinidades alrededor de la autoridad. La violencia doméstica se apropia de múltiples factores relacionados a cómo los hombres conciben que deben ser y actuar, desde preceptos patriarcales. Por el contrario, una masculinidad no agresiva incide favorablemente en las relaciones hacia el interior de la casa, en el disfrute entre sus convivientes.
El cambio más allá de la ley
¿Están los hombres preparados para abandonar determinados mandatos culturales que les exigen ser autoritarios y libres de aplicar la fuerza física? ¿Están listos para asumir variantes y relacionarse de manera pacífica, cordial y equitativa?
A partir de la contribución del derecho desde un carácter no solo regulador, sino preventivo y educativo, el Código de las Familias trae aparejado a su contenido profundas implicaciones sociales y culturales. Ello significa, entre otras cosas, desterrar prejuicios anquilosados en la cotidianidad.
El Código, si bien actualiza las pautas establecidas por más de 45 años sobre las dinámicas familiares, tiene un alcance, llega hasta un punto. Un grupo importante de regulaciones debe transfigurarse en consonancia con los aspectos que el texto jurídico indica.
Lleva una preparación como sociedad para entenderlo, y un acompañamiento desde el resto de las disciplinas de las ciencias sociales. No puede resumirse al establecimiento de la norma; son importantes los contextos y sus análisis. Es imprescindible crear espacios de trabajo, contemplar su trayectoria, alertar y prever.
Resultará interesante el seguimiento a las variaciones obtenidas luego de las consultas populares. Ello podría ofrecer en cierta medida, el nivel de aceptación de la nueva ley, conectada con la necesidad de transformar todo un conjunto de esquemas que han normado las relaciones sociales por mucho tiempo.
Es vital una revolución en la manera de pensar, de concebir la familia y de concebir los vínculos a lo interno de la familia. El patriarcado y sus resistencias quedan nuevamente en el centro de la problemática. Es necesario contar con los hombres para la transformación hacia una sociedad con equidad, y son imprescindibles sus propias transformaciones.