Grito de Baire
La Habana (PL) Al llamado del genio de José Martí, los patriotas cubanos, superado el Reposo Turbulento, se lanzan de nuevo a la lucha armada por la Independencia. El Apóstol, con visión estratégica, determinó realizar alzamientos simultáneos, uno de los cuales fue el de Baire.
 
Los antecedentes de estos hechos históricos, aparecen desde la fundación del Partido Revolucionario Cubano (PRC) el 10 de abril de 1892 por Martí y la emigración patriótica, vanguardia política que tenía como objetivo la unidad de los cubanos y la organización del movimiento militar para recomenzar la contienda detenida en 1878.

Para preparar la Guerra Necesaria por la liberación, era imprescindible reunir en un solo haz a los patriotas del exilio y de la Isla Grande, a los veteranos del 68 y a la juventud que deseaba continuar y emular los esfuerzos, logros y sacrificios de aquella epopeya de diez años: ese era el logro martiano, unir los Pinos Viejos a los Nuevos.

El agente que envió el Apóstol a la Isla para coordinar las acciones con los revolucionarios, fue el comandante Gerardo Castellanos, quien jugándose la vida recorrió la colonia y contactó a las principales figuras de la identidad nacional. Una de las zonas donde fue recibido con mayor entusiasmo fue Oriente, donde anidaba el espíritu que nunca temió a los dominadores.

Los contactos con Bartolomé Masó en Manzanillo y Guillermón Moncada en Santiago fueron decisivos, pues ambos generales le brindaron todo su apoyo y le garantizaron el de sus hombres que esperaban ansiosos escuchar el llamado a combatir por Cuba Libre. Los seguidores de estos líderes estaban listos, y uno de ellos sería el protagonista principal del Grito de Baire: Saturnino Lora.

Tras meses de preparación, la fecha definitiva del alzamiento fue acordada por Juan Gualberto Gómez en Cuba, luego de recibir desde Nueva York la comunicación del Delegado del PRC, Martí, autorizando aquel para la segunda quincena de febrero. Una vez más la revolución anticolonial se haría presente en la manigua cubana, el domingo de carnaval del 24 de febrero de 1895.

Desde el 23 y quizás desde antes, estaban alarmadas las autoridades españolas, pues sabían que algo se tramaba y que en cualquier momento podría producirse un estallido, lo cual se reflejó en el periódico La Lucha. Los colonialistas nunca dejaron de vigilar las actividades de Martí y de los veteranos de la Guerra de los Diez Años.

En los días siguientes reaccionaron capturando a muchos conspiradores, principalmente de occidente, entre ellos al propio Juan Gualberto, que se había alzado en Ibarra, Matanzas, pero la rebelión estaba bien organizada y muchos patriotas hicieron válidos sus compromisos de empuñar el machete liberador.

Es una realidad que la masiva incorporación de la provincia oriental, pletórica de tradiciones combativas, posibilitó la existencia del 24 de febrero allí, gracias a Masó y Moncada, y debido a que múltiples grupos se dieron cita en fincas, ingenios y poblados, para iniciar el movimiento emancipador. Los principales pronunciamientos armados efectuados y sus jefes fueron: La Lombriz, cerca de Santiago dirigido por Guillermón Moncada, Bayate con Bartolomé Masó, Victoriano Garzón en El Caney, Alfonso Goulet en El Cobre, Quintín Banderas en San Luis, Pedro A. Pérez en La Confianza, Enrique Tudela en Hatiguanico, José Reyes en Jiguaní, Esteban Tamayo en Barrancas y Amador Guerra en Calicito, entre otros.

En Baire, con la Sierra Maestra al horizonte del sur, inspirados por la primera carga al machete protagonizada por Máximo Gómez en sus afueras, Saturnino Lora con sus hermanos Mariano y Alfredo, al frente de un puñado de valientes, a las 9 de la noche entró a caballo a la valla de gallos y llamó a marchar al combate a los allí reunidos por las festividades, dando vivas a la independencia y a Cuba libre.

Con eso bastaba: su amigo y superior, el coronel Florencio Salcedo, veterano de la Guerra Grande, lo abrazó y los habitantes de la localidad, todos insurgentes, nacidos entre protestas y rebeliones, en una zona donde cada río, bosque, caverna y montaña, encierra un episodio histórico, tomaron de nuevo el sendero de la revolución.

El hecho de haber aparecido banderas de los autonomistas, portadas por patriotas que trataban de burlar la vigilancia ibérica para encubrir el traslado a la manigua de grupos insurrectos sin despertar mayores sospechas, hizo creer a España, en los primeros momentos, que la lucha se planteaba en términos de apoyo a los planes de reforma que se discutían en Madrid. Esta actividad diversionista fue todo un éxito.

La hazaña de Lora y sus compañeros en Baire fue similar y tan meritoria como la de los demás levantamientos orientales, donde veteranos y bisoños patriotas volvían a vestir con orgullo el glorioso uniforme de los mambises, montados en sus corceles para vencer o morir en las filas del renacido Ejército Libertador de Cuba.

El clarín que resonó allí, sin ser el centro de la insurrección, ha quedado como emblemático del 24 de febrero. Al respecto, el historiador, Doctor en Ciencias y Profesor universitario Eduardo Torres Cuevas, Presidente de la Academia de Historia de Cuba, ha manifestado:

'Símbolo de la pujanza oriental quedaría en el alzamiento de Baire, en el cual Saturnino Lora, al gritar en medio de la población, que la guerra comenzaba nuevamente, dio pie al conocido Grito de Baire, con el que genéricamente se establece la arrancada de la Revolución de 1895'.

En efecto, Saturnino Lora, quien había pasado su niñez en las prefecturas mambisas de la Guerra de los Diez Años y era veterano la Guerra Chiquita, nacido el 29 de noviembre de 1858 en Jiguaní, admirador y seguidor de los Maceos, materializó con su acción las órdenes del PRC, de Guillermón Moncada y de su jefe inmediato, el coronel Florencio Salcedo, quien le reconoció el ascenso a coronel.

El plan trazado por este experimentado jefe, discípulo de los Maceos, tuvo como conclusión concentrar a los contingentes de Jiguaní y Baire en la finca La Guerrilla de este último pueblo, para ponerse a las órdenes directas del General Jesús Sablón Moreno, hábil oficial del 68, más conocido como Jesús Rabí. Cuba estaba a partir de entonces en pie de guerra.

El Grito de Baire representó el sentir de una nacionalidad y formó parte de un empeño mayor, la causa de la emancipación; del clamor general de una insurrección con varias decenas de alzamientos y de una ideología revolucionaria que el 24 de febrero de 1895 encendía definitivamente la antorcha de la asombrosa pelea de 30 años de un pueblo que, con todo derecho y justicia, buscaba la redención nacional.