A un año de las protestas que sacudieron a Cuba, cuentas en redes sociales vuelven a poner la mira sobre este archipiélago y desean, con un odio visceral, revivir enfrentamientos violentos entre las autoridades del orden y los ciudadanos. Quieren un filme de acción, algunos con una trama que incluya intervención y marines, y que nos bombardeen el país.
Otros más “inteligentes” quieren un golpe, pero que sea blando, para enmascarar el asunto, para meter las narices desde afuera y aparentar que no tienen nada que ver. Los hechos están, no se trata de ficción. De pacífico, hablemos sin eufemismos, no lleva ni la “p”. Digamos que desde hace un tiempo vienen descontando las horas, esperando el día y que las calles de Cuba se hagan un caos. Otra vez.
A lo interno el escenario es complejo: como en varias naciones del mundo, los efectos de dos años de pandemia han derivado en crisis económica, azuzada con una inflación que se siente a diario en los bolsillos de los cubanos; problemas sociales acumulados por mucho tiempo y que el gobierno cubano trabaja para revertir con las transformaciones en los barrios; apagones, deficiencia energética en la que se labora hasta el cansancio para restablecer los servicios…
A lo externo sigue influyendo en la vida de cada cubano las sanciones que desde Washington tienen la expresa intención de hacer de la cotidianidad de esta Isla un desgaste sostenido. De Trump a aquí, la actual administración estadounidense ha mantenido vigente la mayoría de las 243 medidas del “presidente naranja” para asfixiar, más, a los cubanos, si bien dicen que son solo sanciones contra el gobierno de La Habana.
En ese contexto, algunos hasta festejan la fecha, como si se pudiera celebrar la violencia, el enfrentamiento entre nosotros mismos, los heridos. Como si se pudiera celebrar la amenaza a la paz, más allá de reclamos legítimos.
Carros de la policía de Cuba que fueron volcados por los manifestantes en una calle de La Habana el 11 de julio de 2021. Foto: AFP / Archivo.
Helen Yaffe, profesora de historia económica y social en la Universidad de Glasgow, Escocia, quien estuvo en Cuba durante los disturbios de julio de 2021, señaló entonces:
“El gobierno cubano y el Partido Comunista de Cuba han categorizado a los manifestantes en cuatro grupos: ‘contra-revolucionarios’ pagados y operando bajo los programas de cambio de régimen de EE.UU.; delincuentes que se aprovecharon de la situación para saquear; personas genuinamente frustradas por las dificultades diarias; y jóvenes que se sienten privados de sus derechos”.
Ahora asoma, otra vez, un intento de golpe blando y la guerra mediática contra Cuba que jamás ha bajado la guardia. Sobre ello, Cubadebate conversó con tres reconocidos analistas internacionales: Marco Teruggi (Argentina), Pedro Santander (Chile) y Carlos González Penalva (España).
Para el analista en planificación de medios de comunicación social, González Penalva, los golpes blandos “no son ningún fenómeno nuevo en América Latina y el Caribe, sino una costumbre”. Sin embargo, destaca que la “novedad” del término reside en el desarrollo de las tecnologías de la comunicación.
Por su parte, el periodista chileno y autor del libro La batalla comunicacional, Pedro Santander, expone que tienen características comunes a los golpes de estado tradicionales, y que, como todo golpe, persiguen como fin la desestabilización y el derrocamiento de gobiernos legítimos por ser considerados una “amenaza”. Ahora, la diferencia fundamental entre golpes militares y golpes blandos, es que estos últimos –subraya Santander– tienen una forma menos militar y frontal para tumbar gobiernos.
“Lo que sí siempre vemos es una campaña comunicacional previa al golpe que apuesta por envenenar el clima social y generar un daño reputacional extremos a los líderes o lideresas que encabezan procesos de transformación social.
“Se intoxica así el ambiente social, apostando a generar las condiciones subjetivas necesarias que permitan que la temperatura comunicacional suba lo suficiente para que haya un traslado, un cambio de estado físico y un salto de esa intoxicación desde lo mediático-virtual a lo social-material, con el propósito de generar así movilización ciudadana en calle”, afirma Santander.
En el caso de Cuba se aprovechó la difícil situación económica y sanitaria de julio de 2021 para estimular esa intoxicación de la que usted habla…
“Claramente. Para ello se aplicó un guion similar al usado en Bolivia en 2019, adecuado a la específica realidad cubana: uso de cibertropas, de hashtags, de tendencias, de fake news, etc., sumado al intento de silenciar nuestros medios mediante ataques cibernéticos. Al menos desde el 27 de noviembre de 2020 se pudo observar que se transitó de una fase crónica de ataque comunicacional contra la Revolución a una fase aguda que fue in crescendo, hasta llegar el 11 de julio.
“El objetivo político es claro: traspasar la dinámica de reclamos online a las calles. Y hubo en esa operación un ‘disparador’ o evento gatillo acompañado de un hashtag (#SOSCuba), este último aupado por artistas del mundo y luego por la mediática mundial. Este evento gatillo ocurrió el mismo 11 de julio por el alza de casos de Covid, y es interesante constatar que estuvo vinculado a un tema donde Cuba es fuerte, el tema sanitario. Se mostró ese día, efectivamente, una capacidad movilizadora desde lo comunicacional a lo territorial”.
Para el periodista y sociólogo argentino, Marco Teruggi, existen diferentes variables que, de conjunto, dieron lugar a los acontecimientos del 11 de julio de 2021: “Hay factores en el orden de lo interno, político, económico, unido al bloqueo de Estados Unidos. Hay elementos de lo fabricado como una ingeniería mediática internacional, previo y durante los hechos del 11 de julio.
“En todo caso, está claro que no se puede pensar lo que pasó sin pensar en la dimensión estadounidense por su omnipresente bloqueo, su política de desestabilización trabajada desde algunos centros políticos en Estados Unidos. Y a su vez hay que pensar evidentemente en lo que pasó desde elementos de lo interno”.
Disturbios del 11 de julio en Cuba. Foto: AFP.
¿Las protestas del 11 de julio marcaron un antes y un después?
Carlos González Penalva: “No hay un antes y un después del 11J, sino un antes y un después de la pandemia, del confinamiento y del papel de las tecnologías de la comunicación en este periodo, y sobre ese contexto se articula una doble guerra contra Cuba: por una parte, a modo de laboratorio, se planifican e insertan mercancías tóxicas que pretenden contaminar a quien las toca con el objetivo de subvertir el sistema político, económico y social del que soberanamente se ha dotado el pueblo de Cuba.
“Pero en este tema es necesario apuntar que una mercancía tóxica se expande viralmente si encuentra un caldo de cultivo propicio para su propagación: el miedo ante la quiebra de un horizonte de vida que supuso la pandemia y el perpetuo desgaste a la vida cotidiana que suponen las sanciones de EE.UU. contra Cuba es la sopa perfecta”.
Pedro Santander: “No tengo dudas de que hay un antes y un después tras el 11J. No hay opción, es una cuestión de la máxima importancia política. La lección que hay que sacar es que el tema comunicacional es hoy un tema prioritario. Diría que junto con el militar y el económico debe encabezar las preocupaciones políticas de la Revolución.
“En ese sentido y por razones muy obvias, Cuba llega con atraso a este terreno, pero hay una tradición de estudio, de lucha, de compromiso y de creatividad revolucionaria en la Isla tan inmensa que cabe ahora orientarla a la cuestión comunicacional y desde ahí saber defenderse, incluso contratacar. Hay que meterle mucha inteligencia a esta cuestión, y esa Cuba la tiene de sobra”.
$Millones contra Cuba
No son cifras inventadas. Están a la velocidad de un clic en Google. Son públicas. Las conoce el mundo. En un artículo publicado en el sitio web estadounidense MintPress News, el periodista Alan Macleod expone que cada año el gobierno de Estados Unidos destina millones de dólares para derrocar al gobierno cubano. En ese sentido, subraya:
“El Presupuesto de Asignaciones de la Cámara más reciente, por ejemplo, asigna 20 millones para ‘programas de democracia’ en Cuba, ayudando a apoyar ‘la libre empresa y las organizaciones comerciales privadas’. En caso de que haya alguna confusión sobre lo que significa ‘democracia’, continúa insistiendo en que ‘ninguno de los fondos disponibles en virtud de dicho párrafo podrá utilizarse para ayudar al gobierno de Cuba’.
“Esto está lejos de ser la única fuente de financiación para las operaciones de cambio de régimen. La Agencia de Medios Globales de EE. UU., por ejemplo, está gastando entre 20 y 25 millones en un objetivo similar”.
Queda clarísimo entonces que se trata de una frontal violación de la Carta de las Naciones Unidas, del Derecho Internacional, los convenios de Ginebra y la Convención de Viena. Queda clarísimo que son intentos sistemáticos de intervención en los asuntos internos de un país. No es retórica de Cuba. Principios internacionales condenan la injerencia en cualquier nación, venga de donde venga.
Para el analista español Carlos González Penalva, es un papel oscuro el que han jugado gobiernos extranjeros, en particular Estados Unidos, en la subversión contra gobiernos legítimos.
En ello coincide el periodista chileno Pedro Santander: “No es ningún misterio que el centro conspirativo contra Cuba tiene sede en EE.UU. y que el Departamento de Estado gasta millones de dólares en atacar la Isla sin pausa ni tregua. Es así, ha sido así y seguirá siendo así.
“Lo central es cómo actuar en este frente de combate, el comunicacional, que se abre de un modo inusualmente intenso. No es que sea nuevo, pero sí se ha pasado a otra fase en este campo. Y el desafío de la Revolución es saber responder, a pesar de la asimetría, conociendo esta fase, estudiándola, aplicando creatividad e inteligencia, y sabiendo operar en ella. Por lo tanto, con lógicas comunicacionales del siglo XXI y no del siglo XX”.
El periodista chileno destaca que se seguirá apostando por los golpes blandos porque son mecanismos de desestabilización de esta época. En ese sentido, asevera que “la nueva doctrina político militar de la OTAN, por lo tanto, de EE.UU., apuesta explícita y públicamente desde finales del 2020 a lo que se denomina Cognitive Warfare, guerra cognitiva que plantea la mente humana como el nuevo teatro de operaciones y campo de batalla que mediante las posibilidades de las tecnologías de la información puede ser conquistado (el ajeno) y ser defendido (el propio)”.
Las redes sociales son el mecanismo por excelencia para orquestar estas revoluciones de colores. ¿Cómo, desde la izquierda, hacerle frente a eso?
Marco Teruggi: “La existencia de las redes sociales representa un terreno de acción novedoso, clásico en algunos países ya, como en el proceso golpista en Bolivia, en los intentos en Venezuela también. No se trata de un espacio secundario. Ahora, la pregunta es ¿cuándo esa construcción que se gestiona en las redes sociales conecta con un movimiento real en las calles y cuándo no?”
Carlos González Penalva: “Con los golpes blandos se ponen al servicio de la difusión de bulos y mercancía tóxica toda la infraestructura tecnológica. La articulación efectiva de estas nuevas herramientas digitales para la guerra solo está en manos de grandes Estados y corporaciones financieras. Sería más directo en este aspecto: suministra herramientas para la guerra, como quien suministra tanques, misiles o las armas biológicas.
“Es central entender que vivimos en tiempos de guerras deslocalizadas y analógicas. En segundo, la desinformación se ha incorporado como un fenómeno relativamente nuevo en las formas de guerra no convencional que buscan la desestabilización y la subversión”.
Pedro Santander: “Como revolucionarios no debemos olvidar nunca que la conciencia y la moral son nuestros mecanismos por excelencia, son nuestra fuerza, nuestro blindaje y, enfrentados a ellos, la fuerza comunicacional del enemigo rebota. El problema siempre es, en primer lugar, político, nunca exclusivamente comunicacional. Lo comunicacional no opera a solas, desacoplado de lo político, ni resuelve cuestiones que la política no ha sabido resolver o enfrentar.
“En segundo lugar, dado que por contraparte todo tiende a lo digital debemos conocer esa dimensión exhaustivamente, saber navegar en ese océano. Debemos estar en las redes, por supuesto, pero no basta con ser usuarios talentosos, debemos también entender la dinámica digital, el comportamiento del dato digital, el fenómeno del filtrado algorítmico, la diferencia entre burbujas digitales y las cámaras de eco, saber distinguir entre influencers y autoridades en red y aspirar a contar con ambas.
“A su vez, pienso que también es fundamental que una parte de la máxima dirigencia de nuestra fuerza se sensibilice con el tema comunicacional, incluso que lo conozca técnicamente, al menos lo básico”.
En el contexto cubano actual, con características económico-sociales similares a las que incidieron en los sucesos del 11J, ¿pudiera repetirse un escenario como el del 11 de julio de 2021?
Los destrozos y el saqueo se extendieron a distintos establecimientos de Cárdenas. Foto: Girón.
Pedro Santander: “Efectivamente las ‘características económico-sociales’ son similares. Sin embargo, creo que el 11J tiene una contra-cara positiva: permitió aquilatar la importancia del elemento político-comunicacional, especialmente en circunstancias tan adversas como las que afectan a Cuba hoy. Estamos sobre aviso y en el marco de esa realidad creo que las fuerzas revolucionarias han sabido reaccionar de múltiples e inteligentes modos. La clave es la base social.
“Cualquier iniciativa comunicacional revolucionaria, no importa su tamaño, su localidad, su naturaleza (digital o analógica), su formato, debe aspirar siempre a lograr conexión comunicacional con su público, con la audiencia, si no logra eso, de nada sirve. También me parece importante entender que ‘iniciativa comunicacional’ no equivale ni se reduce a ‘iniciativa mediática’. Hoy los medios de comunicación tradicionales no son el único campo en esta batalla ideológica y cultural, también las redes, los memes, los servicios de mensajería, la comunicación directa, los eventos de calle, etc., lo son”.
Carlos González Penalva: “Existen en el presente dos de los factores sobre los que se sembró el 11J: un descontento y enfado ‘vital’ derivado de las consecuencias económicas y productivas, que a su vez se derivan de la crisis sanitaria de la COVID-19. A ello se le suma el bloqueo, con el cual se somete de forma continuada a la ciudadanía a una presión sobre sus condiciones materiales de vida que siguen con igual intensidad, sino más.
“Ahora, hay un elemento que no se repite y que fue fundamental para la propagación de la campaña de intoxicación en torno al 11J: el confinamiento. Por otra parte, el país se ha ido dotando de estructuras, mecanismos y legislaciones para hacer frente a los nuevos formatos de guerra cognitiva y las fake news. Por todo ello, veo complicado que se diera un ataque contra el país de las mismas características, pero es necesario que estemos atentos”.
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